Pasión por la radio

Desde el prehistórico antecedente de 1967 (mi primer programa propio), cuando salía de la adolescencia, casi nunca dejé de hacer radio. Columnas, entrevistas, editoriales, audio puro, momentos rescatados y preservados de lo que es, para mí al menos, el más íntimo, confiable y directo de los medios de comunicación, el que involucra a los seres humanos ante un micrófono.
Miércoles 13 de noviembre de 2013Pasión por la Radio

Hornos crematorios

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Buenos Aires, 13 de noviembre de 2013 - Precisamente porque navegamos a menudo en un empalagoso océano repleto de eufemismos, que a menudo solo son mentiras aviesas, en ciertas cuestiones hay que ser particularmente claro. El episodio de este martes 14 de noviembre en la Catedral es, en sí mismo pequeño, hasta irrelevante por la escasa cantidad de personas que involucró.

Sin embargo, el editorialista tiene, en cierto punto, la potestad de ir más allá de la cuantificación. Hay episodios importantes producidos por grupos muy minúsculos y esto no le quita relieve a lo que hacen. No hablo de una muchedumbre que se apersonó en la Catedral para hacer lo que hizo, sino de un pequeño grupo de fanáticos trogloditas. Creo que la cuestión es importante por lo que supone como proyección simbólica.

Ha sido Jorge Mario Bergoglio, el Papa, quien hace pocas semanas, en vísperas de la celebración del septuagésimo quinto aniversario de Kristallnacht, la llamada “noche de los cristales rotos” en Alemania, llamó a los católicos y les pidió ser vigilantes contra toda forma de odio e intolerancia.

“Los judíos”, dijo Francisco, “son nuestros hermanos mayores”. El Papa dio ese día rezó el Ángelus dominical, asomado a la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, ante millares de personas que abarrotaban la histórica plaza de San Pedro. Durante el Ángelus, el Papa evocó las violencias de la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 contra los judíos, las sinagogas, sus casas en Berlín y en las grandes ciudades de Alemania. Aquella noche trágica fue el prólogo efectivo de lo que terminó siendo la matanza indiscriminada, lo que denominamos históricamente Holocausto o Shoá, para describirla en su nombre hebreo: calamidad, destrucción total.

“Los judíos”, dijo el Papa, “son nuestros hermanos mayores, los más grandes”. Este hombre, que mantuvo toda su vida hasta llegar a ser Papa y sigue manteniendo una relación de mucha cercanía con el mundo judío y con todos los credos religiosos, en esta oportunidad consideró oportuno subrayar que era indispensable advertir la gravedad del aniversario.

Los sucesos de ese 9 de noviembre de 1938, cuatro años después de que Hitler asumiera el poder de Alemania y meses antes de que desencadenara la Segunda Guerra Mundial, permitieron prever qué iba a pasar en Alemania. La “noche de los cristales rotos” patentizó de manera fehaciente qué se proponía el régimen nacional-socialista: la destrucción, depuración, eliminación y supresión de quienes para ellos eran “impuros”.

En menos de dos días casi 1.000 sinagogas fueron incendiadas, más de 7.000 comercios fueron destruidos en toda Alemania, por el solo hecho de que sus propietarios fueran judíos. Docenas fueron asesinados. Cementerios, hospitales, escuelas y hogares fueron saqueados y 91 judíos alemanes fueron asesinados durante estos ataques. Hubo 30.000 detenidos.

Lo que vino después es historia y terminaría recién a mediados de mayo de 1945 con el apocalipsis final del Tercer Reich, que, en lugar de durar mil años, como predecía Hitler, duró once. Fue seguramente el más sanguinario, cruel y terrible de los regímenes totalitarios que se han conocido. Aunque, desde luego, muchos han tratado de emularlo.

Esto era lo que se recordaba este martes 14 de noviembre de 2013 en la Catedral de Buenos Aires.

Por eso, me indigna y llama la atención y quisiera una aclaración del diario La Nación, propiedad de la familia Saguier, que esta mañana del miércoles 15 de noviembre, la tapa del matutino hable de los hechos atribuyéndolos a un grupo “ultracatólico”. Me gustaría que los Saguier se definan claramente algún vez en su vida en estas cuestiones: ¿a qué llaman católico y quienes son según ellos los “ultracatólicos”?

Los seguidores de Marcel Lefevbre son nazis, no “ultracatólicos”. Basta leer la porquería que distribuyeron en su irrupción en la Catedral y que dice: “los pastores que llevan a los hombres a confundir el dios verdadero con dioses falsos, son lobos, que precipitan las almas al castigo eterno”. Este es el credo de estos sujetos a quienes La Nación llama “ultracatólicos”. “Dios será un severo juez de estos lobos devoradores de inocencia”, amenazan.

Estos individuos, no importa si fueron 10, 15 o 20 (hay que verles sus expresivas y elocuentes caras para intuir qué calaña de gente son), son seguidores de una secta internacional para la que el diablo se ha apoderado del Vaticano. En último análisis, el papa Francisco sería el anticristo, el hombre que viene a pervertir la pureza de la que ellos hablan. Para estos “ultracatólicos”, como La Nación bendice a estos nazis, la Iglesia no debería ocuparse de “la noche de los cristales rotos”. Tampoco debería bregar por concordia, armonía y ecumenismo. Para ellos, la Iglesia católica debería ser cómplice explícita de las peores aberraciones.

Esto ya no sucede, afortunadamente, y no solo desde que Francisco es papa, sino desde mucho antes. Hay que mencionar a Juan XXIII y a Juan Pablo II, porque desde que la Iglesia eliminó (¡después de tantos siglos de injusticia!), el cargo de deicidio contra el pueblo judío, las cosas han cambiado y el proceso ecuménico ha podido avanzar sobre bases ciertas. Mientras la Iglesia sostuvo durante siglos que el asesinato de Jesucristo había sido obra de una conspiración judía, era imposible todo ecumenismo.

La Iglesia se retractó. Fue capaz y tuvo la grandeza de poder reescribir su propia historia y admitir, como hoy lo admite Francisco, que la noción de monoteísmo y la creencia en un ser supremo es previa a su propio nacimiento, y que, en consecuencia, esa historia genera una relación de hermandad, que subraya Francisco.

No son “ultracatólicos” estos nazis. Sería bueno que el diario La Nación aprenda, de una buena vez por todas, que estas patrañas terminan asociándolo con el discurso antisemita. No son “ultracatólicos”: no querían que en la Catedral se condenara al nazismo a 75 años de aquella noche trágica, prólogo de la tragedia nazi que se consumó luego.

Se me dirá que es poca gente la que intervino en esto y que no tiene trascendencia en la vida cotidiana. Sea. Valga. Pero es importante decirlo. La sociedad no debe dejar pasar este asunto inadvertidamente, como si se tratara solo del capricho de un grupo de fanáticos.

Muchos siglos le costó a la Iglesia católica recuperar una visión completa y compasiva de la historia del monoteísmo en la Tierra, como para que este pequeño grupo de odiadores profesionales admiradores del nacional-socialismo vuelva a meterse en la Catedral para reclamar el retorno a esos tiempos.

Me congratulo porque la Iglesia argentina y el Vaticano asumen y ponen en vigencia ahora estas ideas. Pero no hay que engañarse. Estos sujetos que se metieron en la Catedral para reclamar “pureza”, pertenecen a la misma estirpe de quienes incendiaban, mataban y asesinaban hace 75 años, preparando al mundo para los fatídicos hornos crematorios, el legado de la Alemania nazi para todos los tiempos.

 

© Pepe Eliaschev

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