Pasión por la radio

Desde el prehistórico antecedente de 1967 (mi primer programa propio), cuando salía de la adolescencia, casi nunca dejé de hacer radio. Columnas, entrevistas, editoriales, audio puro, momentos rescatados y preservados de lo que es, para mí al menos, el más íntimo, confiable y directo de los medios de comunicación, el que involucra a los seres humanos ante un micrófono.
Jueves 21 de noviembre de 2013Pasión por la Radio

Kennedy 50

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"Los bosques son encantadores, oscuros y profundos, pero tengo promesas que cumplir y millas por recorrer antes de irme a dormir”.

The woods are lovely, dark and deep, but I have promises to keep and miles to go before I sleep."

 

Versos de un poema de Robert Frost leídos por John Kennedy cuando asumió la presidencia de los Estados Unidos.

 

Buenos Aires, 21 de noviembre de 2013 - Aunque sepamos y admitamos que en la vida de los seres humanos, lo que cuentan son los hechos, permitámonos, aunque sea por unos minutos, emocionarnos con palabras o enamorarnos de ciertos conceptos. Hay que hacerlo, a sabiendas y puntillosamente, de que las palabras solas no transforman la vida de los seres humanos, sino lo que hagamos con ellas en la vida cotidiana.

En vísperas del aniversario número 50 del asesinato del presidente John F. Kennedy, me parece atinado decir que pocas leyendas políticas contemporáneas estuvieron rodeadas y nutridas de un mensaje tan cautivante, movilizador y emotivo como el que caracterizó su vida política.

En estas vísperas del 22 de noviembre de 2013, cincuenta años después de que fuera asesinado en las calles de Dallas, me pareció oportuno traer como motivo del comentario editorial un conjunto de conceptos que forman parte del discurso inaugural que pronunció Kennedy cuando asumió, en aquella fría mañana del 20 de enero de 1961, la presidencia de los Estados Unidos, al concluir el mandato de su predecesor, Dwight D. Eisenhower.

Pero no puedo menos que compartir antes con ustedes un recuerdo personal. Quienes tienen por lo menos mi edad, o un poco menos, saben que el asesinato de Kennedy es uno de esos episodios que no olvidaremos nunca. Recuerdo muy bien cuando me enteré aquella mañana. Tenía apenas 18 años, mi padre vivía, y fue él quien me llamó desde su trabajo para decirme “lo mataron a Kennedy”. Era una época que hoy parece remota, sin embargo estamos hablando de apenas cinco décadas, en la que no existía nada de lo que hoy conocemos. Cualquiera que me esté escuchando y tenga como máximo 40 años, tendrá dificultades en comprender cómo era la vida antes de Internet, el correo electrónico, Twitter; cuando la radio era elemental y primitiva y la televisión estaba dando sus primeros y temblequeantes pasos. En ese 1963, por cierto, ingresó el primer televisor en mi casa, como en muchos hogares de clase media.

Fue inolvidable aquel asesinato por la descomunal energía positiva que emanaba de Kennedy, y de la leyenda de Kennedy. El mensaje de Kennedy aquel 20 de enero de 1961 incluía quizás la más famosa de las frases, la más poderosa, la más movilizadora.

Sobre el final de su mensaje, ese presidente asumía  muy joven y acompañado de su bella mujer, dijo: “no pregunten, compatriotas, qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”. “Conciudadanos del mundo”, dijo a continuación, “no pregunten qué puede hacer Estados Unidos por ustedes, sino qué podemos hacer juntos por la libertad del ser humano”.

Esta consigna, esta proclama, este lema, este programa de vida han atravesado las décadas perforando el discurso autoritario, según el cual los cambios los producen los gobiernos, no los pueblos y las transformaciones son el producto de relatos ideológicos y no de la voluntad humana. Dijo aquel 20 de enero de 1961, Kennedy: “el mundo es muy diferente ahora”. Se refería a 175 años antes, cuando los antepasados de Kennedy comenzaban a tomar el juramento de la presidencia, “porque el ser humano tiene en sus manos el poder para abolir toda forma de pobreza, pero también para terminar con toda forma de vida humana”. Hacía Kennedy una aclaración de un poder devastador: los derechos humanos no derivan de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.

Era el momento tal vez más duro de la Guerra Fría, todavía no se había precipitado la crisis del Caribe, que puso al mundo prácticamente en los aledaños de una conflagración mundial, cuando la Unión Soviética instaló misiles con ojivas nucleares en Cuba. En ese marco, cuando la Guerra Fría con la Unión Soviética era absoluta y total, Kennedy dijo: “todas las naciones han de saber, sean o no amigas, que pagaremos cualquier precio, sobrellevaremos cualquier carga, afrontaremos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo y nos opondremos a cualquier enemigo, para garantizar la supervivencia y el triunfo de la libertad”.

Es difícil imaginar hoy cómo era ese mundo. Cuando Kennedy pronunciaba estas palabras, en enero de 1961, el poder de destrucción nuclear mutuamente asegurada entre las dos potencias era prácticamente igual. La Unión Soviética podía desencadenar la guerra nuclear contra Occidente y los Estados Unidos, y sus aliados, podían desencadenar la guerra nuclear contra la Unión Soviética y sus satélites.

Ese mundo hoy no existe, es inimaginable. Los arsenales sigue intactos, pero la posibilidad y virtualidad de una guerra nuclear afortunadamente han sido alejadas.

Kennedy pensaba en América Latina. Han pasado cinco décadas y prácticamente nunca más un presidente norteamericano volvió a interpelar lo que él llamaba “nuestras repúblicas hermanas del sur”, con una promesa especial. Acababa de comenzar a la revolución cubana y en La Habana, Fidel Castro planteaba un nuevo paradigma para el hemisferio, socialismo y alianza con la Unión Soviética.

¿Cuál era la promesa de Kennedy en 1961? Convertir palabras en hechos, una Alianza para el Progreso a la que calificaba como “pacífica revolución de la esperanza”. Pero también, con mucha dureza, sostenía la disposición de los Estados Unidos de combatir la subversión y la agresión.

Planteaba algo que sigue siendo motivador y estimulante medio siglo más tarde: “En sus manos, compatriotas, más que en las mías recibirá el triunfo o el fracaso de nuestra empresa. Desde la fundación de este país, los Estados Unidos, cada generación de estadounidenses ha sido llamada a dar testimonio de su lealtad nacional. Las tumbas de nuestros jóvenes que acudieron al llamado circundan el mundo”. Llamaba a luchar contra los enemigos comunes del ser humano: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma. “En la larga historia del mundo”, diría Kennedy esa mañana luminosa y transparente de enero de 1961, “solo unas pocas generaciones han tenido que defender la libertad en su momento de máximo peligro”.

Medio siglo ha transcurrido. Aquel magnicidio sigue siendo hoy recordado, incluso por quienes no habían nacido, como un episodio determinante porque, además de su contenido político y de haber tronchado la vida de un estadista que tenía la capacidad de proyectarse como líder mundial, el asesinato demostró la patente presencia del odio y del mal.

Más allá de teorías conspirativas que nunca me han motivado (Lee Harvey Oswald, Jack Ruby y la saga de mafiosos y personas oblicuas que daban vueltas en torno a la muerte de Kennedy), alguien disparó un fusil desde una lejana ventana en un depósito de Dalla y le quitó la vida a John Fitzgerald Kennedy.

Cincuenta años después, afortunadamente para los que podemos contarlo, hay ideas, sensibilidades y proyectos, pero sobre todo hay valores que permanecen intactos y deben ser recuperados, redimensionados, resignificados, para ser preservados, porque hablan de lo mejor del ser humano. Solo podremos ser mejores si nos hacemos cargo de nuestras vidas.

 

© Pepe Eliaschev

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