Pasión por la radio

Desde el prehistórico antecedente de 1967 (mi primer programa propio), cuando salía de la adolescencia, casi nunca dejé de hacer radio. Columnas, entrevistas, editoriales, audio puro, momentos rescatados y preservados de lo que es, para mí al menos, el más íntimo, confiable y directo de los medios de comunicación, el que involucra a los seres humanos ante un micrófono.
Viernes 19 de septiembre de 2014Pasión por la Radio

Nuestra falla principal

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Buenos Aires, 19 de septiembre de 2014 – Admito que es algo reiterado en mis columnas y editoriales. No pretendo sorprender a nadie al sostener que, en muchos casos, más de los que podemos imaginar, la observación de los acontecimientos aparentemente pequeños, irrelevantes, aquellos que en una época se solían despreciar como cuestiones municipales, tiene la potencia de arrojar más luz y ayudarnos a comprender mejor cómo funcionamos como sociedad, que los supuestos asuntos nacionales, ornados con los oropeles institucionales. Me explico: el órgano representativo de la ciudad de Buenos Aires, que le tocó heredar al Concejo Deliberante de tan mala fama, o sea la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, ha aprobado definitivamente, siguiendo con todos los pasos que la ley establece, el traspaso definitivo de la estatua del almirante Cristóbal Colón, que durante décadas estuvo mirando al río, a espaldas de la Casa Rosada.

La historia se conoce. Nada más parecido a un berrinche, un empecinamiento o un capricho de características imperiales, que haber generado tamaña movida destructiva al sólo efecto de darle valor y supuesta proyección a un personaje como Juana Azurduy, que perfectamente podría haber sido homenajeada en la ciudad de Buenos Aires sin necesidad de desarmar manu militari la estatua de Colón. Lo fabuloso es que la Legislatura de la Ciudad aprueba el traslado definitivo cuando la estatua de Colón ya está desmontada, y esto es irreparable, y cuando, además, ya se ha erigido la base sobre la que se va a colocar la estatua de Azurduy.

Es cierto que la ciudad de Buenos Aires puede alegar que Colón no va a desaparecer porque se le ha encontrado un espacio en la Costanera Norte; pero también es cierto que los 25 millones de pesos que se calcula costará trasladar tamaño coloso de mármol deben ser erogados por el gobierno nacional, cuya actitud para con la ciudad de Buenos Aires conocemos. Cristina Kirchner y el kirchnerismo siempre pensaron a la ciudad de Buenos Aires como territorio enemigo, como baluarte de la destitución oligárquica, y al gobierno de Mauricio Macri como paradigma de todo en contra de lo cual se ubica el kirchnerismo.

La Legislatura aprueba un nuevo vilipendio del espacio público. No solo porque para la colectividad italiana sino también para argentinos de los más diferentes orígenes, la estatua de Colón era precisamente una exaltación y homenaje a la audacia, apetito de conocimiento y la lucidez histórica de un hombre que sospechaba que viajando rumbo al oeste se llegaría a otro mundo. Este descubrimiento es capital. En 1492 comienza a reescribirse la historia de la humanidad. Por eso se habla de descubrimiento. Descubrimiento europeo, claro que sí, porque en este hemisferio preexistían culturas precolombinas -una manera, en todo caso, opinable de denominarlas–desarrolladas varios siglos antes de que llegara la expedición de Colón a la isla de Guanahani, que hoy es Santo Domingo. Como quiera que sea, el viaje no era explícitamente uno de conquista y de rapacidad: era un viaje de descubrimiento. Por cierto que en las tres carabelas iban muchos aventureros, marginales e ilegales que poco tenían para perder. Pero esto no le quita nada del mérito y de proyección histórica formidable a lo que representó para todo el mundo el contacto y encuentro entre la cultura europea -con todo su ancestro judío y musulmán- y los pueblos del llamado Nuevo Mundo, como mayas e incas, entre los tantos que acá habían generado civilizaciones destacadísimas.

Esto es lo que no toleraba la presidente; el sólo hecho de que un militar de toda la vida como Hugo Chávez Frías, mirando desde las ventanas de la Casa Rosada el monumento de Cristóbal Colón, le dijera a la presidente: “¿Qué hace ese imperialista aquí?”, lo que motivó que ella, manu militari, ordenara la eliminación de la estatua. Ahora la Ciudad ha sacado un premio consuelo. Pero nos debería hacer pensar sobre el poco –por no decir inexistente- espacio que le damos al debate sobre el espacio público en la Argentina.

Parece una redundancia: poco espacio al espacio. Pero no lo es, ni es una reiteración: es, en todo caso, una paradoja. El espacio público tiene poco espacio. Más allá de la temática de Colón y de la para mí incomprensible negociación que hizo el oficialismo porteño con este traslado en el que tiene todo para perder, porque se va a inaugurar primero la estatua de Juana Azurduy el 12 de octubre del año que viene, y la estatua de Colón va a quedar para los premios, entre otras cosas porque la que promete financiar todo el operativo de traslado es la Casa Rosada, o sea que ¡olvídense!

La vida cotidiana nos muestra en la ciudad de Buenos Aires el desprecio y la negligencia por el espacio público, la existencia de normas puramente retóricas y que nadie cumple, vinculadas, por ejemplo, con el transporte de superficie. Las anécdotas y ejemplos son numerosos: se habló durante tiempo de que una de las llaves para ordenar el tránsito en la Ciudad era dejarles a los colectiveros  carriles exclusivos para ellos, y cualquiera que tenga ojos puede ver que el colectivero proverbial, tradicional, maneja en zigzag, avanzando y pasando a sus compañeros fuera de los carriles asignados.

La colocación de volquetes en la vía pública; la carga y descarga en doble fila todo el día en cualquier barrio; la completa inexistencia de una policía de tránsito que merezca ser llamada de esta manera; el uso comercial y clandestino del mobiliario urbano, arruinado por colegios profesionales, partidos políticos, sindicatos, organizadores de fiestas, etcétera. Todo esto habla de atraso y primitivismo cultural en la Argentina: el espacio público no es de nadie y es de todos en consecuencia. Por eso se llevaron puesta la estatua de Colón: porque forma parte de la misma familia de contenidos. Porque, en definitiva, el espacio público es objeto del trapicheo de las corporaciones políticas o de las corporaciones de poder.

Es un grandísimo error haber admitido el traslado de la estatua de Colón de modo tan precario, tan poco seguro y tan poco confiable. Los frutos los veremos. Pero la gran asignatura pendiente más allá del triste episodio de la estatua de Colón, es que los partidos políticos argentinos, y sobre todo la sociedad civil, gran mayoría de la cual sigue haciendo con la basura cualquier cosa menos clasificarla, tome consciencia de que no hay grandes temas y que los supuestamente pequeños no merecen la pena. Los pequeños temas no son pequeños, son grandes, y ahí es donde yo advierto la falla fenomenal de la cultura civil argentina.

 

© Pepe Eliaschev

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