Fuera de Rutina

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Lunes 16 de septiembre de 2013Fuera de Rutina

La Argentina en vísperas de una decisión capital

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Palabras de Pepe Eliaschev en la ExpoRural 2013 organizada por la Sociedad Rural de Rafaela, provincia de Santa Fe, el 16 de agosto de 2013.

La acogida que me han dispensado en Rafaela me llena de cariño, afecto y gratitud hacia ustedes. Antes de entrar en materia, debo confesar que algo curioso sucede con la vida de un periodista cuando le toca ocupar estos espacios, que no son, en rigor de verdad, los que deberíamos ocupar los profesionales de la prensa. No deberíamos abandonar las redacciones, los estudios de radio, los estudios de televisión. Es el ámbito natural en el que nos deberíamos desenvolver para llevar adelante nuestro oficio, como me gusta llamarlo.
 

Pero hoy, efectivamente, la realidad argentina ha querido que mujeres y hombres que formamos parte del periodismo hayamos ocupado espacios de la política, un lugar casi vicario, que intento rechazar, porque no soy candidato a nada, ni voy a ocupar ningún cargo legislativo. Cada vez que he sido tentado, en el mejor sentido de la palabra, para ocupar activamente un puesto político, lo he rechazado porque respeto mucho a la política y la considero indispensable, pero no es, no ha sido y no será mi vida.
 

En los diferentes auditorios que me toca recorrer aparece esta sed, este anhelo, esta expectativa de la gente para comprender las claves de lo que le pasa a nuestro país. Lo que le pasa a nuestro país, no “le pasa” a nuestro país, nos pasa a nosotros, un primer concepto que me gusta destacar. En tanto y en cuanto la Argentina no emerja de esta condición de que las cosas que nos suceden son responsabilidad de otros, no de nosotros, es muy probable que sigamos sintiéndonos sumamente insatisfechos como sociedad. En consecuencia, primero y principal, no “nos pasan” cosas, los argentinos somos los responsables de lo bueno y de lo malo de nuestra sociedad.
 

Éste es un año electoral. En estas últimas semanas, esto se ha ido potenciando, recalentando, ha adquirido una dimensión diferente, sobre todo después de los resultados del 11 de agosto, y ahora estamos frente al desafío de la continuidad, el continuismo y el cambio.
 

Estas definiciones básicas pasan por nuestra normativa constitucional. Efectivamente, la Argentina tiene una constitución democrática, que establece que al poder se llega a través de la voluntad popular y que el ejercicio de dicho poder es, en definitiva, una carga que tiene un vencimiento temporal. Es un contrato cívico.
 

Elegimos presidente, vicepresidente, gobernadores, senadores, diputados y el entero edificio de las instituciones por un lapso limitado y con un objetivo limitado. En este sentido, nuestro país es uno más que se inscribe, desde los orígenes de nuestra república, como una nación democráticamente organizada.
 

Pero es importante tratar de puntualizar la naturaleza temporal del poder político. Por eso, los conceptos continuidad y continuismo mucho tienen que ver con esto.
 

Si la Argentina, efectivamente y al igual que tantos otros países, es gobernada por las personas a las que se elige por un lapso determinado, finalizado el cual deben retirarse, está asegurada la soberanía política más elemental, según la cual al poder se llega por la voluntad popular y esa voluntad determina la finalización de ese compromiso. Ese compromiso es el mandato. Por eso hablamos de mandatarios y hablamos de mandantes. Mandantes somos nosotros. Mandatarios son los elegidos por un lapso específico para desarrollar su tarea.
 

Sin embargo, pese a que el país, al igual que otras naciones, ha ido reformando sus constituciones (en 1949, 1957 y 1994), una cosa es la letra de la Constitución y otra es lo que sucede.
 

Venimos afrontando una serie de rupturas traumáticas hace ya largas décadas. Uno podría llegar a decir, inclusive, para salir de la coyuntura inmediata, que la ruptura es la forma de la normalidad argentina. Si la ruptura es la forma de la normalidad argentina, la continuidad es algo extravagante para nosotros, un aspecto en el que los argentinos no nos destacamos.
 

Desde la primera mitad del siglo XX hasta hace muy pocos años, se podrían marcar, por lo menos, seis instancias de ruptura traumática. No es que las rupturas traumáticas siempre sean malas para una sociedad. La Revolución Francesa fue una ruptura traumática, la independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra fue una ruptura traumática. El mundo atraviesa y vive mediante rupturas. Lo que apunto es que en la Argentina contemporánea esas rupturas, además de ser traumáticas, han sido destructivas, no han sido constructivas. A modo de ayuda-memoria:
 

1930: de las decenas de libros que se han escrito sobre el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en aquel primer golpe de Estado del siglo XX, surge que no lo entendemos. Las razones de ese derrocamiento en la mitad de su mandato fueron argumentadas como producto de la corrupción, el aislamiento del poder, una serie de hipótesis que no alcanzaron nunca, al día de hoy, a justificar la destrucción del poder democrático. En 1930, la Argentina ya con medios de prensa que la conectaban con el mundo, no era ajena al ascenso mundial de los autoritarismos. Faltaban nueve años para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, faltaban tres para el ascenso de Hitler al poder en Alemania, ya gobernaba Mussolini en Italia y, desde luego, la revolución bolchevique en Rusia tenía apenas trece años. No fue esa la única razón por la que Yrigoyen fue derrocado, pero fue ruptura dramática y terrible. En nombre de la honestidad administrativa y de la república se destruyó un gobierno que venía confirmando, con sus idas y vueltas, la lenta construcción de la soberanía democrática, iniciada con la ley Sáenz Peña de 1916.
 

Una segunda ruptura, quizás menos traumática, pero muy profunda, es la de 1943, con el golpe del cual nace, tres años más tarde, el gobierno del general Perón. Ese golpe de 1943 está claramente impregnado del auge del totalitarismo en Europa. La mayor parte de los oficiales del Ejército que consuman aquel golpe son simpatizantes del Eje nacional-socialista y fascista.
 

Después de ese golpe y de la instalación del Ejército como un protagonista central de la vida argentina, se llega en 1946 al triunfo de Perón.
 

La actual presidente de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, siempre ha recordado que el origen del peronismo es un movimiento militar, y que el fundador del movimiento era un general de la Nación. No es poca cosa.
 

Una tercera ruptura es la de 1955, en este caso producida por los enemigos de Perón. La Revolución Libertadora, el movimiento cívico militar que derroca a Perón, hace borrón y cuenta nueva, organiza la reforma constitucional de 1957 y produce otra ruptura traumática, porque, lejos de intentar armonizar, articular y formalizar una convergencia, el país ingresa en una vorágine de anti peronismo vociferante que no le hizo ningún bien. Aquel gobierno militar, de 1955 a 1958, estableció o tuvo algunos logros hoy importantes. El Conicet fue fundado por la Revolución Libertadora y las universidades fueron normalizadas y democratizadas por ese gobierno. En la época de Perón, las universidades eran un territorio copado por la ultra derecha más retardataria.
 

En 1962 se produjo el derrocamiento del presidente Arturo Frondizi, una especie de golpe militar que no se asumió como tal, con la instalación del gobierno provisorio del senador Jose Maria Guido, un nuevo episodio traumático. Otra vez, la Argentina recaía en las rupturas. De resultas de ese golpe y de la finalización abrupta del mandato presidencial del doctor Frondizi, se producen las elecciones de 1963 de las que proviene el gobierno del presidente Illia hasta 1966.
 

Una ruptura gravísima fue la de 1966, con el golpe autodenominado la “Revolución Argentina”. Otra vez se vuelve a fojas cero, la manía argentina de reinventar el país con cada movimiento. Aquella “Revolución Argentina” le plantea al país que hay que refundarlo. El título del diario La Razón de Buenos Aires, del 28 de junio de 1966, sostiene, a ocho columnas, “ha terminado en la Argentina la época de la democracia parlamentaria”.

Lo más parecido en aquel momento al nuevo presidente de facto, el general Juan Carlos Onganía, era el dictador de España, Francisco Franco, al que le faltaban todavía nueve años para morirse.
 

La de 1973 es una historia que conocemos, el regreso del peronismo al poder, prolegómeno de la ruptura de 1976, tan traumática y mucho más sangrienta y dolorosa que las anteriores. Otra vez el país vuelve a hacer borrón y cuenta nueva. Otra vez llegan al poder los que habrán de reformatear la Argentina, para escribir la historia verdadera. Uno de los detalles centrales de esta pasión argentina por las rupturas traumáticas es que cada grupo que se hizo del poder, lo hizo pensando que la historia comenzaba con ellos y que todo lo anterior había sido una equivocación o una ilusión.
 

La quinta ruptura, de la que todavía somos tributarios, es el calamitoso colapso de 2001, mucho más que la caída de un gobierno electo, como lo había sido el gobierno de la Alianza, votado por el 50% de los argentinos. La ruptura del 2001 tiene otras consecuencias de enorme alcance que al día de hoy se siguen sintiendo y padeciendo.
 

La historia contemporánea argentina, al menos en los últimos 80 años, muestra una enorme incapacidad para asegurar las bases de la continuidad. A quien quisiera polemizar preguntando “¿dónde está escrito que la continuidad es importante?”, le diría que la respuesta surge del sentido común, hasta de nuestras biografía personales. Nada es duradero sin continuidad. Nada es sólido sin perseverancia en el tiempo. Las instituciones no se formatean de un día para el otro. La regularidad es la madre de la previsibilidad. Los seres humanos no podemos hacer una vida en la imprevisibilidad. La continuidad es, en consecuencia, el nombre de la previsibilidad, y la previsibilidad es el nombre del éxito. No hay sociedades realizadas con cierto nivel de plenitud, en todos los sentidos, que no tenga un cierto nivel de previsibilidad, que implique saber que hay ciertas normas, códigos y momentos institucionales que se deben hacer respetar, cualquiera sea la situación.
 

La otra palabra es parecida, pero diferente, continuismo. Va asociada con la pasión argentina por las rupturas traumáticas. El continuismo es la caricatura de la continuidad. Con el pretexto de que determinadas personas son imprescindibles, determinadas fuerzas políticas son dueñas de una especie de iluminación divina, que las convoca al poder para toda la vida, nace el continuismo, otro de los datos centrales de las últimas décadas argentinas. El continuismo se hace realidad y patentiza en las permanentes reformas constitucionales encaradas para asegurar las reelecciones presidenciales.
 

La de 1949, junto con la promulgación de derechos sociales reivindicados por el peronismo, estuvo dirigida a asegurarle un segundo mandato, antes imposible, al General Perón. La de 1994, lo mismo; pero para Carlos Menem. La re-reelección sigue apareciendo en 2013 en la Argentina como un fantasma que en cualquier momento puede filtrarse en los intersticios de la vida constitucional, como si de alguna manera sectores importantes de la Argentina, no se resignaran al hecho de que el poder es un contrato temporal, y nadie es imprescindible, excepto en un régimen no democrático, en el que se gobierna en nombre de derecho divino. Ése es el modelo que en los tiempos contemporáneos Hugo Chávez encarnó en Venezuela, quien antes de enfermarse y morir proclamaba que iba a gobernar Venezuela durante varias décadas. Hace poco, antes de las elecciones primarias del 11 de agosto de 2013, uno de los candidatos del oficialismo, Juan Cabandié, aseguró que el actual modelo de la Argentina necesitaba 50 años en el poder para consolidarse. Como el modelo en la Argentina inevitablemente está asociado a una sola persona, se trata de la perpetuación de esa persona. Esto es continuismo, no continuidad, la caricatura de la normalidad constitucional.
 

Qué curioso, ¿por qué es siempre necesario e indispensable que en países como el nuestro sea solo una persona la única que garantice la continuidad de un proceso? No acepta un examen riguroso esta postura. En términos generales, los regímenes personalistas, en los cuales el continuismo es la clave de la retención del poder, han sido antidemocráticos.
 

Puede alegarse que en democracias sólidas hay largas permanencias de líderes en el poder. Felipe González en España, Helmut Kohl en Alemania, Tony Blair en el Reino Unido, Franklin Roosevelt en los Estados Unidos son casos en los había una guerra de por medio (Roosevelt), o son democracias parlamentarias, en las que los partidos políticos eligen diputados quienes a su vez eligen al primer ministro. Pero bajo ningún concepto se puede comparar el modelo o la matriz chavista con lo que han implicado González, Blair y hoy Angela Merkel en Alemania.
 

El continuismo es una forma primitiva y bárbara de perpetuarse en el poder. En situaciones de tragedia, guerra, hambruna y desastres se requiere una jefatura unificada e incuestionable. De hecho, la reconstrucción del poder presidencial en la Argentina, que arranca en 2002 con el gobierno de Eduardo Duhalde y consolida Néstor Kirchner, se hizo sobre el campo minado de la desaparición del poder presidencial.
 

Para una evaluación del gobierno de la Alianza desde sus resultados, y sin entrar en la asignación de responsabilidades, uno de los datos centrales de lo que estalla en 2001 es la desaparición del poder presidencial., no en una semana, por el agotamiento de la convertibilidad, ni mucho menos solo por el “corralito”. Se va diluyendo ese poder en dos años y responde meramente a la ineptitud y el fracaso de quienes eran parte de la Alianza, que tuvieron su responsabilidad, sino a todo lo que pasó con ellos y alrededor de ellos. A partir del 2003, de la mano primero de Eduardo Duhalde y después de Néstor Kirchner el país asiste a una reconstrucción formidable del poder presidencial, que se patentiza a través en las facultades legislativas delegadas del Congreso al Poder Ejecutivo. Hoy, doce años después de la caída de Fernando de la Rúa, el jefe de Gabinete de Ministros de la Nación asigna y reasigna partidas presupuestarias votadas por el Congreso con su sola firma, todos los días, en la Casa Rosada. Son movidas como piezas de un rompecabezas. Lo que iba a ir para salud va a educación, lo que iba a escuelas va para el Ejército, lo que iba a ir para la Policía va para otro lado, y así. Es producto de la situación de emergencia permanente, que la Argentina vive hace mucho tiempo y se acentuó e incrementó en los últimos diez años.
 

He aquí un resultado concreto del continuismo, o sea, del poder incuestionado, basado en esta percepción de que, como estamos “al borde del precipicio”, es necesario entregarle todo al poder. Hasta el día de hoy.
 

La concepción del continuismo que tiene el grupo gobernante se expresa en algunos ejemplos. Para elegir uno, muy reciente y doloroso, pero especialmente elocuente: el pacto con Irán. La aprobación por el Congreso del pacto con Irán es exigida por el Gobierno para convertirlo en ley de la nación, con estatuto de tratado internacional. Es extraído del Congreso en pleno verano, por orden del Poder Ejecutivo. Es aprobado por la mínima cantidad de diputados que se necesitaba, pero prácticamente sale manu-militari. ¿Por qué? ¿Qué pasó después de firmarse ese pacto? No pasó nada, tal cual se sabía que iba a pasar. Pero es un escenario muy típico y expresivo de una forma de gobernar que, sosteniendo formalmente la división de los poderes, concentra de manera brutal las facultades ejecutivas y legislativas, ya no en un grupo gobernante sino en una sola persona.
 

La Argentina es un país en el que desde 2003 desaparecieron los acuerdos de gabinete. Esta fue una de las decisiones fundacionales del presidente Kirchner. El consejo de ministros, que nunca fue una institución formal, era una práctica habitual de la vida política argentina, pero fue anulada, para concentrar todavía más en una sola persona las facultades del poder, limitándose a una relación bilateral con no más de dos o tres ministros por vez, nunca todos juntos.
 

Me preocupa debatir este orden de ideas y no el pequeño cálculo electoral, pensar qué nos ha pasado, de qué fuimos responsables, qué hicimos, qué no hicimos y qué podemos hacer.
 

¿Qué significa cambio? Se da en la Argentina una especial veneración, casi una adoración, por la idea de “gestión”. De hecho, la nueva estrella en la política argentina, Sergio Massa, asocia su proyecto a la idea de gestión. Es cierto, en el mundo entero las ideologías han perdido popularidad. Muy pocas sociedades o muy pocos países se sienten interesados por las ideologías, por las doctrinas. Eso es bueno y es malo. Tiene mucho de malo, porque ideologías o dogmas como doctrinas intangibles, envenenaron al siglo XX. En nombre de las ideologías, millones de seres humanos murieron. Cayeron en nombre de un proyecto político que tenía mucho de confesión religiosa, mesiánica, fundamentalista y autoritario. El totalitarismo, una enfermedad del siglo XX, es una de esas palabras maravillosas que lo dicen todo con su solo enunciado. Totalitarismo deriva de totalización, o de total, pero ¿cuál es el proyecto totalitario? Consiste en proponer una idea a la sociedad, de una sola manera y para siempre, de modo cerrado y blindado, como un paquete compacto.
 

El nacional-socialismo y el bolchevismo eran modelos totalitarios porque proponían una visión completa del mundo, de su vida privada, de su familia, de su escuela, de su religión, de su trabajo, de su partido político, de todo. Esos modelos dejaron como saldo un océano de sangre y capotaron en el siglo XX, pero la fantasía totalitaria no ha desaparecido. Sigue siendo una de las tentaciones de los seres humanos.
 

El descrédito de las ideologías no es necesariamente una tragedia. Pone en un nivel mucho más inmediato la obsesión por la “gestión”, o sea resolver problemas y cuestiones prácticas, sin plantearse grandes emprendimientos en función de unos modelos ideales, que nunca se terminan de hacer realidad.
 

Pero en este extremo del pragmatismo, advierto otro peligro grande: la ausencia de valores. Los valores son fundamentales para que una sociedad, además de resolver básicos problemas de alimentación, salud y transporte, se desentienda de valores sociales y éticos. En consecuencia, al exaltar el valor simbólico de la gestión, en un movimiento de 180 grados se avanza hacia un vaciamiento de contenidos. Pregunten a los gestores qué quiere decir gestión y les costará explicarlo satisfactoriamente.
 

En el ámbito municipal puede tener validez, entiendo que hay una polémica en Rafaela a propósito de levantar o no el empedrado de las calles de esta hermosa ciudad. Ése es un típico tema de “gestión”, pero también en esa cuestión hay de por medio, aunque parezca mentira, valores, ideas de sociedad y criterios sobre lo que importa o no preservar. Nunca hay una gestión totalmente desnuda de valores.
 

Esto aparece como gran desafío en las elecciones legislativas de octubre de 2013 y en las presidenciales de 2015. Es un gran escenario a discutir.
 

En 2003 la Argentina era en un país postrado, que se había comenzar a reponer un año antes, pero luego de una destrucción brutal como la de 2001. Lo que sucedió en diciembre de 2001 no fue una épica maravillosa, fue una catástrofe. Lo pensé ese día, lo pienso doce años después y lo vengo diciendo y escribiendo. La Argentina vivió en 2001 una catástrofe. En lugar de exigirle rectificaciones al Gobierno, se incendió al país. Tenemos un saldo negativo no rectificado de lo que dejó 2001, incluyendo el descrédito de las instituciones, la prepotencia en el arrebato del espacio público, la instalación de un nivel de confrontación cotidiana que no cesa.
 

Podría decir que este clima, heredado de fines de los años 90 y comienzos del siglo XXI, todos los días exhibe una nueva manifestación.
 

El otro día, por ejemplo, un grupo de vigilantes contratados por una empresa privada que daba servicio al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para la seguridad del subte, reclamó a las autoridades del subte bajando y ocupando directamente las vías, cancelando todo el servicio a la hora pico, las siete de la tarde. Esto es un hecho ya cotidiano y ha instalado en la Argentina una normalidad de hecho, con una naturalidad que ya no sorprende a nadie. Esto habla de fallas estructurales que el país está muy lejos de haber intentado resolver.
 

Finalmente, un pequeño comentario sobre algo que yo observo en la vida argentina y que me interesa subrayar. Se ha instalado de manera casi indiscutible la idea de que seguir aumentando las garantías y los derechos, dar y distribuir más. Es casi una fórmula mágica usada por este Gobierno. La Argentina circula de modo permanente en torno a estas ideas, pero poco se discute en la agenda cotidiana de producción de riqueza, mientras que se habla mucho distribuirla. Me parece que esto es muy grave. La religión de la distribución es aparentemente noble y generosa. ¿Quién puede estar en contra de destruir los panes y los peces? ¿No era esa la doctrina de Cristo? Ahora bien, ¿quién produce esos panes? ¿Quién hace la pesca y convierte al pez en pescado?
 

Este es un debate al que la Argentina sigue escabullendo. La religión de más distribución y aumento de garantías no ha ido de la mano del incremento de deberes y obligaciones. Es enormemente impopular, solo para lunáticos como quien les habla, animarse a decirlo en público y recordarle a las sociedades de que no existe tal cosa como el “almuerzo gratis”.
 

La noción de entrada gratis, por ejemplo, que se utiliza para muchas actividades oficiales, es una perfecta mentira, un fraude. No hay nada gratis; alguien ha pagado. La desaparición de la noción de costo va unida a la desaparición de la noción de deberes.
 

Todo el mundo coincide, por ejemplo, en que es intocable el concepto de la Asignación Universal por Hijo. Es cierto, ha sido una herramienta social importante, ¿pero estamos seguros de que ha sido bien ejecutada? ¿Estamos seguros que, de cara al futuro, la idea de que un sector de la población eternamente va a sobrevivir gracias a la munificencia del Estado, es sinónimo de un país próspero?
 

Me parece importante, dentro de este galimatías político, puntualizar conceptos que hoy no son populares ni tienen patente de ciudadanía. Los deberes y las obligaciones son parte de un contrato, que estipula para bailar el tango se necesitan dos personas, no una sola. Una de esas partes es que soy acreedor de ciertas garantías básicas. Soy acreedor de educación, salud, transporte, pero soy acreedor de todo eso en tanto sean actividades sustentables.
 

La Argentina se ha inclinado a un formidable desequilibrio. Se estigmatizado como trogloditas a quienes no creemos que solo se trata de “distribuir”. Lenta pero inexorablemente, la Argentina está tomando conciencia de que no se puede distribuir lo que no existe, y que un país potencialmente muy rico como la Argentina, no es necesariamente un país en condiciones de darle a todos lo que todos creen necesitar.

 

  • Pregunta del público: ¿cómo se analizan las mentiras del Gobierno que repercuten directamente en nosotros?

Vivimos un momento particularmente rico en posibilidades informativas, que no pueden ser controladas. Lo que revela la antigüedad conceptual del Gobierno es ignorar que, más allá de los medios tradicionales, la capacidad que hoy tiene la sociedad para acceder a la información es inimaginablemente superior a lo que era hace cinco años. La multiplicación de las redes digitales, el hecho de que, prácticamente en tiempo real, hoy nada pueda ser escondido demasiado tiempo revela las limitaciones que tienen los medios.

Una Presidente que habla hasta cuatro veces por semana, que además no lee sino que improvisa, y que, como todo ser humano, comete errores, tiene actos fallidos, bloopers, lo cual aumenta exponencialmente a través de los medios. Al creer Twitter, por ejemplo, es una herramienta de contacto directo con la gente, ella termina exponiendo mucho más de lo que le conviene. Ya que hablamos de mentiras, hay que ver el resultado de las elecciones. Resulta bastante evidente que a una cantidad grande de gente, que incluso simpatizaba con el Gobierno, hoy le cuesta mucho digerir lo que ven como un atentado contra la verdad. Que la Presidente afirma que el kirchnerismo ganó en la Antártida o el poblado donde vive la etnia Qom, habla de su ignorancia sobre el efecto verdad. Ofende al sentido común.

La mentira me preocupa no tanto por su perpetuación, que nunca es por demasiado tiempo, sino como revelación de una manera de gobernar. Ahí sí se convierte en algo muy preocupante.

  • Pregunta del público: En relación al racconto que Ud. hizo de anteriores rupturas ¿no faltó el regreso de la democracia con Alfonsín?

Acá en mi machete estaba, de modo voy a hacer mi mea culpa, debe haber sido mi inconsciente. En las rupturas argentinas, que formaron parte de mi racconto, estaba el desgraciado momento de 1989, pero comparado con otras rupturas (porque la transferencia del poder de Menem a Alfonsín fue formalmente normal, pero cruelmente anticipada y traumática), mucho peor fue el ataque terrorista a La Tablada en enero de 1989, seguido por la hiperinflación y los desmanes y saqueos.

Por alguna razón no lo quise comparar con los otros, pero admito que tenés razón. Esa fue otra ruptura, la grandeza de Alfonsín y de su perspectiva, puesto que siempre, hasta el último día que yo lo traté, fue obsesiva su preocupación por la continuidad de la república. Acepto retirarse el 8 de julio en vez del 10 de diciembre de 1989. Alfonsín admitió con inédita gallardía: “no pudimos, no supimos o no quisimos”.

Hubo en él una notable grandeza., pero como no estaban las Fuerzas Armadas de por medio, y se reproducían pobladas y saqueos, se apresuró la entrega del gobierno tras las elecciones de 14 de mayo de ese año, un apresuramiento artificial. Se debería haber esperado hasta el 10 de diciembre, dándole al país, en el primer mandato de la democracia, al menos la satisfacción de cumplir estrictamente con lo que estipulaba la Constitución. Fue una ruptura traumática, estimulada por el peronismo.

Pregunta del público: Cristina, Correa, Chávez, ¿no serán instrumentos de algo que los ciudadanos todavía no comprendimos o no tuvimos en cuenta?

No digo ninguna novedad si resumo que en América del Sur, sobre todo en estos últimos años, ha habido una concatenación de elecciones de las que surgido gobiernos que responden a ese modelo que encausó desde Caracas Hugo Chávez. En su momento, implicó la conformación del ALBA, en confrontación con el ALCA impulsado por los Estados Unidos. Efectivamente, ahí aparecen Evo Morales, Rafael Correa, Chávez y, de alguna manera, los Kirchner.

Hay que tener cuidado con este tipo de generalizaciones. Es cierto que forman parte de un ciclo en el cual los jefes políticos dicen parecerse a sus pueblos. En el caso de Morales, es cierto. No simpatizo particularmente con el modelo de construcción política de Evo Morales, pero su legitimidad es incuestionable. También es cierto que Bolivia ha sido desde siempre un país fragmentado en un mosaico étnico que nunca terminó de soldarse. Aparentemente el denominador común que mejor expresó esa situación hasta ahora ha sido Evo Morales.

También es cierto que la historia política de Ecuador fue catastrófica hasta la llegada de Correa. Era un país que padecía una inestabilidad crónica. Jose Maria Velasco Ibarra (1893 – 1979) fue presidente del Ecuador por elección popular en cinco ocasiones, y en dos de estas se autoproclamó Jefe Supremo, aunque completó su mandato constitucional en una sola ocasión. Lo derrocaban, volvía al poder, lo volvían a echar, y así de seguido. Estuvo exiliado en la Argentina. Ecuador sinónimo de inestabilidad política.

El caso de Venezuela lo conozco muy bien porque viví en ese país y me duele como implosionó un sistema que era fiel a sus orígenes democráticos y que se descompuso de manera brutal. La Venezuela de los años Setenta, a la que llegamos los primeros exiliados de Argentina, en mi caso en 1974, antes del golpe militar, era un modelo constitucional con partidos políticos fuertes. Había un partido socialdemócrata, uno socialcristiano, uno de izquierda, Congreso, elecciones libres y Fuerzas armadas en sus cuarteles. Aquello se descompuso, se disparo una corrupción colosal, recesión y pobreza; producto de esa catástrofe fue el surgimiento en 1998 de Hugo Chávez.

Cada uno de estas historias tiene sus orígenes particulares. En la Argentina tuvimos el cimbronazo de 2001. El kirchnerismo es hijo de ese colapso y de una formidable desilusión popular, que fue la Alianza, unida a los resultados terribles de la década menemista.

Tengo la sensación de que este ciclo ha tocado su techo y comienza a descender. Junto a estos gobiernos populistas, tenemos a los de Colombia, Perú, Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil, que siguen caminos diferentes. En esos países es posible la alternancia y hay. Correa quiere gobernar todo lo que pueda, como va a querer hacerlo Nicolás Maduro y los demás. Morales ya proclamó que ambiciona su segunda re-reelección. Es un dato clave de los regímenes populistas la búsqueda obsesiva de la reelección permanente.

Con todos sus problemas, son mejores los modelos exitosos de estabilidad con alternancia. En Chile regresa al poder Michelle Bachelet, que había sido sucedida por Sebastián Piñera, y no hay ninguna catástrofe en Chile. En el Perú, han venido cambiando de presidente y de partido político con toda normalidad.

  • Pregunta del público: Respecto a la polarización de los medios, Grupo Clarín y los medios públicos, ¿en qué creer? ¿Y qué opina de los resultados de las primarias?

Me permitiría complejizar un poco tu pregunta. Hoy disponemos afortunadamente en la Argentina de una paleta muy amplia de posibilidades y puntos de vista. Nadie está obligado a leer Clarín, escuchar Radio Mitre, o ver Todo Noticias. Hay un ensanchamiento maravilloso de las posibilidades. Nadie es el dueño de nada.

La televisión argentina que se llama “pública”. Ésas es otra mentira. Es una TV gubernamental. Público es lo que está bajo control público. Seguir regalando a Canal 7 y Radio Nacional la etiqueta de medios “públicos” es un pecado. Públicos serías si estos medios estuvieran sometidos a control parlamentario y hubiera en ellos expresión cabal de todas las minorías de la Argentina. Son puramente órganos gubernamentales, cuyas autoridades son nombradas por el poder ejecutivo y cuyas instrucciones provienen del poder ejecutivo.

¿En qué creer? La palabra “creer” convendría reemplazarla. Uno cree en una fe religiosa, en un hombre, en una mujer, pero en los medios no hay que creer, hay que verificar permanentemente cuánto hay de verdad en lo que hacen, dicen y escriben en un largo plazo. Más que creer, hay que establecer con ellos un contrato de madurez, sabiendo que tenemos que hacer nuestro propio de trabajo de inquisición y de elaboración. Aparece como una guerra, pero no lo es. No es cierto que sea así.

Para quien les habla, que todos los días tiene tres horas de micrófono en Radio Mitre, la radio del Grupo Clarín, es mentira que haya una bajada de línea permanente. Eso no existe. Ahora, que el Grupo Clarín tiene una postura, ¿qué duda cabe? La tuvo en todo momento. Este divorcio con el Gobierno comenzó en los últimos años, no en desde el comienzo.

Pero las realidades mediáticas son mucho más complejas, al menos fuera del Gobierno. El Gobierno tiene y propicia un pensamiento y un discurso único, del que nadie se debe apartar. Pero en el resto de los pocos medios que no están bajo control gubernamental, hay una gran diversidad y una gran libertad de expresión, más allá de que los que nos une es la sensación de peligro, agobio y fatiga ante un Gobierno que ha vivido, desde el primer día, obsesionado con los medios, como no vivió ningún gobierno argentino desde la democracia.

Basta escuchar y leer lo que dice la Presidente. Ni en una sola ocasión ella prescinde de comentarios relacionados a los títulos de loa diarios de cada mañana y lo que dicen por la noche los noticieros. La obsesión por los medios es una bandera kirchnerista. Más que dos verdades, hay una paleta amplia y cada uno tiene que trabajar para hacer su propia síntesis.

Respecto a la votación del 11 de agosto de 2011, para el Gobierno la realidad no existe, por eso inventan de pronto diálogos con “los dueños de la pelota”, a los que no invitan a las entidades del campo. No me asombra, me entristece y deprime. La Argentina requiere necesariamente gobiernos que admitan la realidad tal como es, no como quisieran que fuese.

  • Pregunta del público: ¿No es necesario, además de la alternancia a nivel nacional, tener muy en cuenta la alternancia en las provincias, donde no se suele dar?

No podría haber un país que incurre en rupturas traumáticas y una y otra vez apuesta a la transición en el poder, sin que eso no pasara también en las unidades más pequeñas, como un municipio o una provincia. Eso habla de un atraso y una deuda institucional muy fuerte. El país no ha sido capaz de organizarse mediante alternancias, sin que ello impida que un gobierno exitoso que goza del apoyo de la ciudadanía, tenga derecho a mantenerse en el poder. Pero el constituyente, tuvo la sabiduría de evitar la perpetuación en el poder enfatizando la relevancia de las organizaciones colectivas, que son los partidos.

Es lo que demuestra Santa Fa al país, y de modo ejemplar. Es posible la continuidad de un modelo con un determinado armado político, sin que esto implique que una persona se perpetúe, porque la perpetuación en el poder corrompe por naturaleza. No hay nadie que pueda evitar esa confusión tras diez años en uso de cualquier poder, sea municipal, provincial o nacional.

Al hacer alusión al país, hablaba también de sus unidades territoriales. Las elecciones demuestran que muchas provincias son especialmente dependientes del presupuesto del gobierno nacional y de las decisiones monárquicas de la Casa Rosada, fragmentos prehistóricos de la democracia, situaciones de atraso endémicas.

Pregunta del público: ¿Usted piensa que los ataques del Gobierno a las corporaciones es su manera de ser totalitarios?

El grupo gobernante que llegó al país en mayo de 2003, a medida que pasaba el tiempo fue evidenciando que tenía una mirada de la Argentina muy particular, la misma mirada que permaneció de modo violento en los años Setenta.

Mi libro Lista Negra, de 2006, tiene como subtítulo “la vuelta de los Setenta”. Efectivamente hubo una revalorización de los Setenta, de los proyectos revolucionarios. Esas grandes movilizaciones de aquellos años estaban impregnadas de lo que recién mencionaba, es la aspiración fundacional de generar un país sobre bases diferentes, incluyendo, una reconstrucción de la historia argentina. Ése será con los años uno de los datos más imborrables del periplo kirchnerista., la pretensión, desde el mismo corazón del Estado, de reescribir la historia de nuestro país, siguiendo una de las máximas del populismo, quien es dueño del pasado, es dueño del futuro.

¿Cuánto ha aprendido esto la gente? Tengo mis serias dudas. No son temas que preocupen a la mayoría de la población cuestiones como la vuelta de Obligado o la aparente ilegitimidad en la conquista del desierto de Roca. Ha sido una de las herramientas fundamentales de un grupo gobernante que tiene, una mirada muy cerrada, sesgada y parcial de las cosas, que los ha llevado a la postura de amigos y enemigos. El momento determinante de la pelea con el campo es cuando el entonces presidente Kirchner caracteriza a las entidades agropecuarias de “comandos civiles” (grupos que participaron de la caída de Perón en 1955) y de “grupos de tareas”, comandos parapoliciales y paramilitares que secuestraban y desaparecían gente en los años Setenta. Esta locura disparatada fue dicha cuando él ya no era Presidente, en 2008.

Es una componente complicada y grave porque tiene consecuencias graves, es un tipo de pensamiento según el cual todo lo anterior a ellos es mentira, hasta Cristóbal Colón es una mentira. Uno de los funcionarios del Gobierno dijo que la palabra colonización venía de Colón. No de colonia, sino de Colón, y que en consecuencia era un expresión que había que rechazar. La única forma que tenemos de cambiar las cosas los ciudadanos de a pie es a través de las elecciones.

Les quiero agradecer realmente muchísimo. Ojalá que mi ponencia de esta noche les de a ustedes, mis conciudadanos, un motivo para pensar en un país mejor. 

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