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Domingo 30 de diciembre de 2012Diario Perfil

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Buenos Aires, 30 de diciembre de 2012 - La patraña funcionó. Habrá que reconocerle a Héctor Timerman que esta vez le fue bien. Succionada desde hace ya varios años por el Gobierno, que ha manejado su “cuestión judía” con endiablada habilidad, la representación política de la colectividad recibió al ministro de Exteriores y en definitiva avaló sus tratos con Irán.

Producto inexorable de una asombrosa candidez unida a una acendrada decisión de ser protegida por el Gobierno, la DAIA le permitió al emisario de Cristina Fernández configurar el escenario preferido por la Casa Rosada, excluyendo a la ahora estigmatizada AMIA, para hacerse avalar en sus turbias gestiones con el régimen de la República Islámica de Irán.

No se entiende, en verdad, qué busca y hacia dónde va un gobierno al que la dirigencia judía le ha tolerado que acreditara en Siria como embajador a Roberto Ahuad, virulentamente antiisraelí y amigo de Luis D’Elía. La dirigencia comunitaria se ha movido con terror y debilidad asombrosos ante un gobierno que no trepidó en designar como canciller a una persona que se atribuye, sobre todo, llegada especial a lo que se suele denominar, en la jerigonza antisemita proverbial del populismo, “intereses judíos”.

Pero, al margen de la vergonzosa puesta en escena de ir a Pasteur 633 a ningunear a la AMIA, que es titular central de la sede, reconstruida tras la matanza de 1994, Timerman no tiene absolutamente ningún resultado para ofrecer en materia de acuerdos con el régimen de los ayatolás. Tampoco lo tendrá en el futuro. Ese previamente desmentido “diálogo” (que quien firma esta columna destapó en este diario en marzo de 2011, cuando era clandestino) no lleva a ninguna parte. Ha sido tan inescrupulosa la decisión de hablar con un régimen acusado por la Justicia argentina, que en una de sus supremas improvisaciones, la Presidenta inventó una inexistente “teoría Lockerbie”, mediante la cual la Casa Rosada sentaría a los imputados iraníes ante un tribunal internacional.

Engañando a los hombres de la DAIA como lo que son, aficionados extremadamente vulnerables a la seducción del poder, Timerman dijo que, por “confidencialidad”, no puede revelar lo que vienen conversando emisarios argentinos con la veterana, astuta y competente diplomacia persa. Nadie se atreve a decirle a Timerman que el rey está desnudo. Los iraníes no entregarán nada, no negociarán nada y no aceptarán nada. En cambio, y al solo efecto de prorrogar sin plazos una agonía que dentro de un año y medio cumplirá veinte años, el Gobierno sigue jugueteando con los módicos dirigentes de una DAIA que sólo sobrevive y mantiene su presupuesto por los aportes de la Casa Rosada.

Tampoco la AMIA, ahora excluida, tiene en la peripecia de la kirchnerización progresiva un historial demasiado honroso. Cuando quedó en evidencia que ya en enero de 2011 Timerman negociaba en secreto con el régimen de los ayatolás, el presidente de la mutual, Guillermo Borger, también aceptó patéticamente obedecer las órdenes del Gobierno y desmentir lo innegable. Timerman había aceptado arreglar con Irán a instancias y con el patrocinio del dictador sirio Bashar al Assad.

Los argumentos de Timerman son de una formidable inconsistencia. No hay, ni puede haber, marco jurídico extraargentino que permita juzgar a los ocho imputados de aquel sangriento 18 de julio de 1994. La razón es simple, seca y excluyente: Teherán no acepta nada, nunca, en este tipo de operaciones político-judiciales. Además de cobrar jugosos viáticos en francos suizos para tomar café y/o té con los iraníes en Ginebra y Zürich, los funcionarios argentinos no pueden traer a casa nada serio ni consistente. Irán mantuvo una guerra de ocho años (1980-1988) con el régimen iraquí del sunnita Saddam Hussein, y viene maniobrando con, y eludiendo a, la entera comunidad internacional a propósito de su programa nuclear. ¿Podría concederle algo a la Argentina cuando se trata, precisamente, de hacer lo que no quiere, ni puede? ¿Por qué lo haría?
Puertas adentro, la tesitura de las entidades judías locales es de una endeblez pavorosa. La DAIA, por ejemplo, es una federación paraguas, que cobija a unos 200 dirigentes comunitarios (askanim, palabra en idish que se traduce como voluntarios de diferentes procedencias), pero no deja de ser una híper-superestructura totalmente instrumentable. Su actual presidente, Julio Schlosser, padece el mismo síndrome que su predecesor, Aldo Donzis; son personas previsiblemente despavoridas ante las directivas del poder político. Hace años que la comunidad judía argentina carece de un líder enérgico, articulado, culto y corajudo. Desfilan por ese espacio seres fácilmente digeribles para un poder político concentrado, tan furibundo y dispuesto a todo, como es el instalado desde mayo de 2003.

La gran impunidad explícita con que se mueve el Gobierno en la materia explica que, en su desembarco en la DAIA, Timerman haya comparado su insostenible negociación con Irán con el caso del soldado israelí Guilad Shalit, secuestrado por terroristas de Hamas el 25 de junio de 2006 y mantenido en cautiverio hasta el 18 de octubre de 2011, cuando quedó en libertad a cambio de la excarcelación de 1.027 presos palestinos de cárceles israelíes. ¿Qué compara Timerman? ¿Shalit equivaldría a los ocho imputados iraníes? Si Israel recuperó un soldado a cambio de más mil detenidos, ¿qué canjearía la Argentina con Irán a cambio de que los ayatolás entreguen a los ocho imputados? ¿Cristina Fernández sería Benjamin Netanyahu? Comparación nefasta que una DAIA copada permitió, cuando –en verdad– el canje del soldadito Shalit fue una demostración de fuerza y humanidad por parte de Israel. Compárese el gesto con la realidad de 45 mil muertos en la guerra interna de Siria, sin que a ningún potentado árabe se le mueva un músculo de la cara mientras la carnicería continúa.

El 18 de julio de 2014, aún en pleno gobierno de Cristina Fernández, se recordarán dos décadas de la masacre de la AMIA. A los israelíes les tomó 12 años (1960) ubicar y capturar, y 14 años (1962) juzgar y ejecutar a Adolf Eichmann.

Esta columna se reencontrará con sus lectores el domingo 4 de febrero de 2013.

© pepe eliaschev 
Publicado en Diario Perfil

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