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Domingo 23 de marzo de 2014Diario Popular

Dolce far niente

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Buenos Aires, 23 de marzo de 2014 - El nuevo aniversario de la demolición de la embajada de Israel en la Argentina pasó sin pena de gloria, con un desangelado y protocolar acto en la esquina de Arroyo y Suipacha.

Veintidós años después, nada se sabe oficialmente, y es casi imposible que algo se sepa en el futuro. Crimen impune, parece condenado a permanecer sin autores detenidos, procesados y condenados. Fue una grave derrota de la Argentina. No tiene precedentes comparables. En pleno centro de la capital del país, en un acto de guerra puro y duro, un comando terrorista demolió de un solo bombazo la embajada de un país amigo de la Argentina.

 

La presencia en el acto del martes 18 del ministro de Justicia, Julio Alak, fue el único aporte del Gobierno. País resignado a no poder resolver nada de las peores agresiones sufridas, la Argentina contempló de costado el nuevo aniversario de aquel 17 de marzo de 1992. No son pocos los que se han sacado el estigma de encima, alegando que ese atentado fue 'cosa de judíos', o parte de una guerra ajena a los argentinos. Alegan que 'por algo habrá sido'.

A fines de 1990, el presidente Carlos Menem, tan peronista como Néstor y Cristina Kirchner, había apoyado la decisión de las Naciones Unidas de recuperar la soberanía de un país árabe, Kuwait, invadido y ocupado el 2 de agosto de ese año por el régimen de Saddam Hussein, entonces el dictador de Irak, una nación árabe. La operación internacional logró liberar a Kuwait el 25 de febrero de 1991. La Argentina participó así de una decisión unánime de la comunidad internacional adoptada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Fue una medida corajuda y meritoria de Menem, más allá de sus obvios costados oportunistas. Solo demandó despachar dos Boeing 707 y cuatro buques de la Armada Argentina (en dos tandas de dos, fueron el destructor Almirante Brown, las corbeta Spiro y Rosales, y el transporte Bahía San Blas), que operaron en la zona marítima periférica del conflicto.

Sin embargo, batallones de opinadores dijeron que la Argentina se metió donde no debía, solo para complacer a los Estados Unidos, cuando en rigor se trataba de recuperar una nación árabe violada por otra nación árabe. ¿Cuál sería entonces la razón de la 'venganza' sufrida por la Argentina? ¿Qué habría tenido que ver Israel con que el Irak de Saddam Hussein se hubiese tragado a Kuwait? En cualquier caso, un comando de la milicia islamista Hezbollah aterrizó en la Argentina al año siguiente y se llevó puesta la embajada israelí, dejando no menos de 29 muertos en el terreno de los cuales solo 24 pudieron ser identificados. De esos 24, sólo cuatro eran israelíes.

La Argentina tiene un viejo romance con la impunidad. Faltan ahora pocas semanas para que se cumplan veinte años del 18 de julio de 1994, cuando otro comando terrorista de prosapia islamista, demolió el edificio central de la AMIA, la comunidad judía argentina. Tampoco hubo condenados; la matanza de la AMIA sigue tan impune como la de la embajada de Israel. ¿Seguimos siendo derechos y humanos? No es lo que se hace en el mundo civilizado. Mientras que las semanales matanzas terroristas en Irak, Siria, Afganistán y Pakistán son rigurosamente impunes, los atentados islamistas de Madrid, Londres y Nueva York no quedaron en la nada. Aunque numerosos terroristas murieron 'inmolados', países de Occidente como España, Reino Unido y los Estados Unidos hicieron lo que correspondía: investigaron, detuvieron, procesaron, juzgaron y condenaron a los asesinos. No la Argentina, país que se entusiasma haciendo actos y recordando de modo retórico, pero en ostensible exhibición de esterilidad y desinterés.

En el caso del atentado de 1994, las cosas son -si se quiere- mucho peores. A las abismales y abiertas heridas se les ha arrojado una montaña de sal, diseminada desde el mismo Gobierno, que firmó un escandaloso 'pacto' con Irán, el país al que la Argentina imputó por ese crimen, que dejó un saldo de 85 muertos. El pacto, aceptado por Héctor Timerman en su viaje clandestino a Siria de enero de 2011, fue anunciado como 'histórico' por Cristina Kirchner un año después. La Casa Rosada obligó a sus legisladores a convertirlo en ley nacional en febrero de 2013. Trece meses después, el Gobierno resulta humillado por Irán, que directamente ninguneó el pacto y ni siquiera se molesto en presentarlo ante su propio parlamento, que es solo un sello de goma al servicio de la teocracia dominante en Teherán.

Pero la reacción oficial ante el pacto de nula ejecución, es curiosa, por no decir escandalosa. Ahora, el Gobierno sostiene que no es su responsabilidad hacerse cargo de la investigación y tratar de completarla. Esa, dice la presidenta, es tarea de las víctimas. Eso fue lo que dijo a fines de año a la comunidad judía, cuando contragolpeó con una asombroso 'tráiganme una idea mejor y yo la aplico', misma receta que usó el 1º de marzo en el Congreso.

Esta semana la letanía la retomó el padre de la criatura, Timerman. Desde París, se excusó, alegando que 'la presidenta, como corresponde (sic), le dijo a la oposición que si tenían un proyecto mejor, ella estaría dispuesta a evaluarlo. La oposición no tiene un proyecto mejor evidentemente, y cree que se castiga al Gobierno pidiendo la derogación'. En buen romance: el Gobierno ya no defiende ni explica el vergonzoso pacto, sabe que fracasó y que es indefendible. En vez de hacerse cargo, le exige una solución a la oposición. Un gobierno que procesa y condena a militares veinteañeros durante la guerra contra la guerrilla, librada hace casi 40 años, se confiesa hoy impotente para investigar las dos mayores tragedias del terrorismo en la Argentina, la de 1992 y la de 1994. Todo esto acontece en medio del ensordecimiento generalizado de todo un país, que -eso sí- se toma el feriado de mañana, lunes 24 de marzo, como lo que es en realidad, una oportuna (y tenebrosa) excusa para dedicarse al dolce far niente.

© Pepe Eliaschev
Publicado en Diario Popular

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