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Domingo 30 de enero de 2011Diario Popular

El caso Timerman

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Buenos Aires, 30 de enero de 2011 - Es todo eso: festival de lugares comunes o como una síntesis de todos los infantilismos ideológicos aun circulantes como resaca de los años ’70, al que también se asociar con las hipocresías seudo progresistas más tradicionales. Es una especial suma de mediocridad, arcaísmos y malevolencia. Pero eso no alcanza a definir la peculiar posición de Héctor Timerman como ministro de relaciones exteriores del Gobierno.

Llamarlo “canciller” suena a envarada exageración. Aquí radica el problema; Timerman importa no por quien es, o por lo que hace, o dice. Como persona que llega al puesto que ocupa como resultado de una peculiar coyuntura política, lo único relevante de él es que expresa de manera fiel las sensibilidades y prioridades de un gobierno cuyas obsesiones y caprichos comparte.

Cuando el martes por la noche, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, pronunció el discurso anual llamado “El estado de la Unión”, informe que rinde ante el Congreso en febrero de cada año todo presidente norteamericano, acalambró a la Casa Rosada enterarse por televisión que en marzo vendría a América Latina, pero no a la Argentina. Obama viajará al Brasil de Dilma Roussef, al Chile de Sebastián Piñera y al El Salvador de Mauricio Funes, pero no a la Argentina de Cristina Kirchner.

Como siempre, precipitadamente y en caliente, el Gobierno se valió de Timerman para profesar la habitual cuota del anti-yanquismo más pedestre. Las posiciones del encargado del ministerio de Relaciones no sorprendieron a nadie que siga el pensamiento y las actitudes del Gobierno. Timerman recitó el más chato y previsible de los catecismos que se enuncia en la región desde hace décadas.

Primero, el despecho habitual: “quiero recordar que hubo un presidente radical que fue recibido en la Casa Blanca, le daban préstamos, todo lo que quería, era Fernando de la Rúa y era muy bien recibido”. Ese presidente “radical” tenía en su gabinete como secretarios de Estado a Débora Giorgi, a Nilda Garré y a Adriana Puiggrós, el jefe de la bancada de la Alianza en Diputados era Darío Alessandro, y en ese espacio era referente importante Diana Conti, todos prominentes kirchneristas que trabajaron para De la Rúa.

Timerman, que en 2003 participó de la campaña presidencial de Elisa Carrió, prefirió pasar por alto que el 24 de julio de 2003 (menos de dos meses después de asumir la presidencia argentina), Néstor Kirchner viajó a Washington para ser recibido por el presidente George Bush. Hacía apenas cuatro meses que los Estados Unidos y Gran Bretaña habían iniciado su guerra con Irak.

En la Casa Blanca, Bush felicitó a Kirchner por la recuperación económica argentina. "Siga así", le dijo, y lo alentó a negociar un rápido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. "Bush nos dio apoyo irrestricto y sin condicionamientos", aseguró ese día el presidente Kirchner, a quien -antes de a sentarse en los sillones del Salón Oval de la Casa Blanca- ya Bush le había garantizado el éxito de su primera visita oficial a los Estados Unidos. Bush lo tomó de un brazo, lo llevó contra una pared dominada por un retrato de Abraham Lincoln, y le dijo: "Si ustedes se ayudan, van a tener un respaldo decidido de nuestro gobierno".

El elenco básico del gobierno republicano participó de la reunión Bush-Kirchner: el jefe del Tesoro, John Snow; el secretario de Estado, Colin Powell, la encargada de Seguridad Interior, Condoleezza Rice, y el secretario de Comercio, Robert Zoellick. "Fue una reunión excelente. Tuvimos una conversación muy franca con el presidente. Y nos dio un apoyo irrestricto, sin condicionamientos", se entusiasmó ese día Kirchner al salir de la Casa Blanca.

"El apoyo del presidente Bush va mucho más allá del acuerdo con el Fondo", admitió Kirchner ese día de verano en Washington. Pidió iniciar un camino "para tener relaciones excelentes y sinceras, (…), "las relaciones de antes". Bush felicitó a Kirchner por la recuperación de la economía argentina iniciada por Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna, y repitió tres veces que le gustaba su estilo. "Somos muy parecidos. Usted y yo hicimos cosas que el establishment nunca se hubiese imaginado que haríamos".

Kirchner subrayó su firme decisión de apoyar la lucha contra el terrorismo internacional, tema clave en la Casa Blanca de Bush. Del lado argentino, en ese julio de 2003, en la reunión con Bush, junto a Kirchner estuvieron Cristina Fernández, el ministro de Economía, Lavagna, el canciller Rafael Bielsa y el embajador que acababa de llegar a los EE. UU. designado por Kirchner, José Octavio Bordón.

En 2003, cuando Timerman militaba por Carrió, Kirchner dijo: "encontramos en el presidente Bush una mano tendida muy fuerte, algo vital y significativo para nuestro país, sin condicionamientos". En su afán de darles una cordial bienvenida a las multinacionales norteamericanas, Kirchner fue enternecedor con Bush: "Las empresas norteamericanas se quedaron afuera del proceso de privatizaciones argentinas por la terrible corrupción del Estado argentino. Es hora de garantizar reglas claras para todos. Encontramos un franco, decidido e incondicional apoyo del presidente Bush. Dijo que le parecían absolutamente correctas todas las medidas tomadas. Me dijo: "Siga peleando a fondo hasta la última moneda de su país, que lo está haciendo muy bien".

Eso fue en 2003. En 2004, Kirchner le organizó a Bush una anti-cumbre de las Américas en Mar del Plata, con la presencia estelar de Hugo Chávez, Diego Maradona, Miguel Bonasso y Hebe Bonafini, y una agresiva y ruidosa manifestación callejera anti norteamericana.

Los Estados Unidos tienen memoria. Obama no olvida, y el Departamento de Estado tampoco, que la Argentina va y viene, lejana de toda coherencia. Cuando Timerman, ante la evidente marginación sufrida, alega que Washington "más que amistades, tiene intereses”, no solo dice una obviedad primaria, porque ¿cuál es la novedad? ¿Qué se supone que debe tener la superpotencia, amistades en desmedro de sus intereses?

Habla como si se tratara de países pares, cuando la verdad es que -sencillamente- la Argentina no es hoy un país importante ni relevante. No es enemigo de Washington: es simplemente poco interesante. A esta constatación, dolorosa pero cierta, se añade la pulsión incontenible ante el ridículo que caracteriza al ministro de exteriores de Cristina.

Cuando dice que la Argentina “no va a comprar armas, ni generar una carrera armamentista en la región”, oculta que Rusia, Francia y China le venden armas a la región, y cuando proclama que “tampoco firmaremos pactos de seguridad con potencias extra regionales”, se cuida de mencionar la profunda penetración de Irán en el hemisferio, incluyendo el reciente acuerdo entre Venezuela y el régimen de Teherán.

Estos son los hechos. En el Gobierno no se entiende que no hay almuerzos gratis. Entre 2003 y 2005, la Argentina se cansó de provocar a los Estados Unidos. La factura ahora debe pagarse. Obama sobrevolará este país, pero no aterrizará aquí.

© pepe eliaschev
Publicado en Diario Popular

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