Pasión por la radio

Desde el prehistórico antecedente de 1967 (mi primer programa propio), cuando salía de la adolescencia, casi nunca dejé de hacer radio. Columnas, entrevistas, editoriales, audio puro, momentos rescatados y preservados de lo que es, para mí al menos, el más íntimo, confiable y directo de los medios de comunicación, el que involucra a los seres humanos ante un micrófono.
Miércoles 5 de febrero de 2014Pasión por la Radio

Humillación incesante

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Buenos Aires, 5 de febrero de 2014 - Podría pensarse que es una reiteración iniciar, una vez más, la reflexión cotidiana con una mención a la capacidad destructiva y tóxica de la mentira como política de Estado. Hace 24 horas, la cuestión de la verdad y la mentira aparecía en este micrófono y desde la boca de quien les habla, a propósito de lo que acababa de suceder: el “cadenazo” que volvió a aplicarle a la sociedad argentina el actual poder político gobernante, con casi tres cuartos de hora de un monólogo absoluta y completamente innecesario.

El problema de la verdad y la mentira aparece de nuevo en este momento, ante este mismo micrófono. Son conceptos dichos por la misma persona que hablaba de eso el martes 4 de febrero, pero, en este caso, aludiendo a otra temática que, sin embargo, reconoce un denominador común con la anterior.

La propensión, la manía, la pulsión a ocultar la verdad o a mentir descaradamente atraviesa casi la totalidad de las  políticas de este gobierno. Estoy hablando, en este caso, de lo que ha sucedido con el vergonzoso pacto que la Argentina firmó en enero de 2013 con el Gobierno de la República Islámica de Irán.

En esencia, los argumentos vertidos por el ministro argentino de Relaciones Exteriores para tratar de defender lo impresentable son, esencialmente, un atentado ya no solo contra el buen gusto y la más elemental razonabilidad de nuestra sociedad, sino -sobre todo- un golpe bajo a la tolerancia que la sociedad pueda aun tener cuando se le miente tan descaradamente. Este programa va a dedicar, en los próximos días, un tiempo importante para discutir las pretensiones diplomáticas ridículas que el Gobierno esgrime como razonabilidad para justificar lo injustificable. Pero los datos -ciertos, puntuales, contundentes, irrefutables, indesmentibles- es que un año entero ha pasado desde que la Argentina se apresuró de manera humillante y bochornosa a aprobar, a marcha redoblada y a tambor batiente, un acuerdo que, por definición, exigía la contrapartida de la otra parte involucrada.

Más allá de que el acuerdo, lo he dicho en más de una oportunidad y cualquiera puede recorrer mi pensamiento en mi sitio en internet, www.pepeeliaschev.com, era, es y será inverificable y nulo de toda nulidad, la pretensión de las autoridades argentinas era que se trataba de una combinación entre dos naciones, dos gobiernos que se habían comprometido. En consecuencia, el apuro argentino debería haber sido, en el espejo de la otra nación, similar al apuro iraní.

¿Cómo se siente un país que ha sido desairado de manera tan evidente? ¿Cómo reaccionar ante el bochorno de presentarse ante el mundo como un gobierno que calificó de “histórico” un acuerdo que la otra parte ni siquiera se dignó a responder de manera formal? Eran, claro, las semanas finales del régimen de Majmud Ajmadineyad; un personaje siniestro, vituperable, truculento del fundamentalismo islamista en el mundo. En consecuencia, el argumento podía ser que como efectivamente, termina un gobierno y estaba  por comenzar otro, no era el momento de apresurar ese acuerdo. Sin embargo, Irán votó, Hassan Rouhaní fue electo presidente, los meses han ido pasando y la Argentina no ha tenido una respuesta. Es un destrato cuya gravedad aumenta día a día, porque deja al país en una situación minusválida, de irrespeto, una situación que claramente clama al cielo; porque si el acuerdo “histórico” del que hablaba Cristina Kirchner era, efectivamente, lo que se dijo que era, los primeros movimientos tendrían que haber sido dados de manera simultánea y rápida por ambos países, no solo por la Argentina. Cuando las naciones suscriben acuerdos, cuando los gobiernos entretejen convenios, pactos o negociaciones -sean bilaterales o multilaterales-, rápidamente se ejecutan y de manera pareja. La Argentina ha quedado sola, abandonada  y en la muy ingrata situación de haberse apresurado a saludar, con bombos y platillos, algo que la otra parte ni siquiera atendió como digno de consideración y pronto trámite.

Todo esto remite al punto de partida: la mentira como actor principal. Si bien es cierto que los deseos pueden confundir a los seres humanos y hacernos decir e imaginar cosas que no suceden, esa mirada mitificadora no necesariamente se equipara con una mentira. Se puede, de alguna manera, desear, o imaginar, que lo que pensamos está sucediendo en la realidad, desde la sana conciencia de que es cierto lo que fantaseamos. En una palabra: no se trata de algo deliberado, avieso, hecho adrede, una estafa. Pero en este caso, no se puede decir que la Argentina haya sido engañada. No al menos el Gobierno. Aquí la engañada ha sido la sociedad, el Congreso y, sobre todo, el oficialismo que votó como una tropa disciplinada un pacto indigesto, inaceptable e inadmisible con Irán.

Estos son los factores que, al cabo de más de un año, ni siquiera se animan a reconsiderar en el Gobierno, esa situación de bochorno a la que ha sido llevada la Argentina por una mentira del Gobierno. Mentira instrumentada por el ministro de Relaciones Exteriores, pero como consecuencia de una decisión de la Presidente. El pacto con Irán no es una responsabilidad central del actual ministro, ciertamente la personalidad más mediocre y menos valiosa que ha desfilado por ese cargo en gobiernos civiles en Argentina en toda su historia. No, la responsabilidad es de la Presidente de la Nación, que aceptó, compró, convalidó o promulgó ese acuerdo, una más de las tantas mentiras oficiales perpetradas contra la sociedad desde el aparato de Gobierno.

Los días siguen pasando y el tema no habrá de desaparecer. La sociedad argentina alguna vez tendría que asumir y responderse, con dolor, por qué ha admitido tanta humillación, tanta vergüenza, tanto retroceso.

 

© Pepe Eliaschev

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